El intercambio tiene lugar durante una sesión de formación en la que participan entrenadores de deportes de equipo. Uno de ellos explica que uno de sus atletas se le acercó y le dijo que "no les gritaba lo suficiente a las chicas". Otro entrenador rebota: "¡A mí también me han dicho que debería enfadarme más a menudo! " Estos dos entrenadores se preguntan: ¿son demasiado buenos?
Personalmente, preferiría decirles: "¡Estad orgullosos de vosotros mismos! Orgullosos de vosotros mismos, porque el autocontrol y el rechazo de los comportamientos agresivos hacia los deportistas os hace sin duda mejores personas.... y mejores entrenadores."
Porque ¿qué puede esperar exactamente un entrenador que grita regularmente a sus deportistas?
- Altos niveles de estrés en los deportistas, especialmente en los más sensibles. En particular, un exceso de estrés puede hacer que los deportistas entren en zonas de pánico en momentos inadecuados y contribuir a una erosión gradual de su autoestima y motivación.
- Un deterioro de sus relaciones con los deportistas, que afectará a los resultados del grupo a largo plazo. ¿A quién le gusta que le griten?
- Tiene una imagen degradada a los ojos de su entorno profesional, que notará su dificultad para gestionar sus emociones y se alarmará por sus repetidos cambios de humor.
¿Y si la solución fuera dejarse llevar con moderación? Esto es lo que esperan implícitamente los periodistas que entrevistan a los entrenadores de los equipos tras una mala primera parte: "¿Qué les dijo en el descanso? Las paredes del vestuario debieron temblar". ¿Sería entonces un remedio eficaz sacudir puntualmente a los atletas para hacerlos reaccionar?
Nada es menos cierto. A veces, los deportistas afrontan un partido con ligereza, dando por sentado al rival y sin esforzarse lo suficiente en el juego para poder llegar mejor al descanso. En este caso, elevar el tono puede ser una forma de reforzar su autoestima y provocar la esperada reacción de orgullo en el segundo tiempo. Sin embargo, hay muchas otras razones por las que los deportistas pierden un primer tiempo: estar bajo presión, estar cansado, falta de confianza, enfrentarse a rivales más fuertes, tener dificultades para aplicar esquemas tácticos, por ejemplo. Y en todos estos casos, que el entrenador te grite será contraproducente.
Ser capaz de dar instrucciones claras o animar a los jugadores suele tener un impacto mucho más positivo en el resultado final que sacudir las paredes del vestuario.
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